D. Manuel Fernández Florez (durante el pregón). |
PREGÓN
Os prometo ser breve, casi telegráfico.
Pero oídme en mi brevedad:
Besado por la brisa aurora,
acunado en murmullo de oleaje
un pueblo grita al mundo
su coraje,
con nombre de mujer cristiana y mora.
Cristina en isla,
emerge cual señora su orgullo contra nubes y oleajes,
y esconde llanto y risa bajo el traje
de un carnaval antiguo que enamora.
Homenaje en mi pluma al marinero,
curtido por el mar y el pan amargo
de tarde a tarde,
cuando el sol declina, amor,
a un pueblo hermano de mi pueblo
cogidos de la mano mar adentro,
y que tiene por nombre
Isla Cristina.
Esto, aquí donde estamos es el sur.
Esto forma parte de lo que yo
me he permitido a mí mismo el lujo de llamarlo:
Los pies cansaos' y duros de España.
Estamos si miramos un mapa, en el último límite que soporta
no a España sino a Europa.
Yo pensé un día en mis sueños de loco o de poeta,
en estas noches perdidas que si mi pueblo o el vuestro
que tanto monta, monta tanto
el sur.
Por un instante se cayese al estrecho,
Europa entera desaparecería.
Esto me hizo pensar con orgullo, con un inmenso orgullo
que yo era hijo de los pies de España del sur,
como vosotros, igual.
Y en uno de estos vértices, de Andalucía
de un rectángulo de tierra parda y ocre,
ahí nací yo.
En un pueblo que todos conocéis, está como a un tiro de piedra de aquí,
diría alguien de la narrativa de finales de siglo, casi a un tiro de piedra.
Por eso, creo que al igual que vosotros tengo en el alma marcado dos estigmas, dos.
Uno el mar, el otro, el olvido.
El olvido al que hemos estao' sometió' siempre la gente del sur.
Yo que no soy demasiado viejo, lamento no compartir la idea
de nuestro olvido de hace 40 años, hace más.
Hace un siglo y pico, fue en la monarquía anterior,
fue antes en la república y volvió a ser en la anterior monarquía.
Por eso me enorgullece tremendamente, sentirme de aquí del sur,
y repito con un orgullo tremendo, los pies cansaos' y duros de España,
de los hijos del mar, de los hombres del mar,
de las hijas del mar, y de las madres de los hijos del mar, del sur.
Repito: de los pies cansaos' y duros de esta España.
Pero os prometí ser breve, también así como en un 'flash',
por aquello de que entiendo de que la costumbre con el tiempo
se convierte en ley,
y me han dicho muchas gentes que es una ley en vosotros
hacer corto el rollo del pregón y yo me apunto.
Porque las cosas si por suerte son buenas y cortas dos veces,
y malas y cortas dos veces menos malas, voy a terminar casi enseguida.
Porque el carnaval pertenece a ellas, a estas mujeres,
a vosotros, a las comparsas y a las murgas.
Pero con todos mis respetos y con todo mi cariño,
ni puedo ni quiero ni me da la gana,
no quiero dejar pasar esta ocasión
para poner mi corazón a los pies
de las gentes de mi tierra,
de mis hermanos que como al principio decía:
Están marcados por el mar y el olvido.
Yo no he querido entrar en fórmulas de costumbres
sobre un historial frío y aséptico del carnaval.
¿Qué si cuando se creé que se fundaron?
¿Qué si gracias a fulanito de tal se mantuvieron?
¿Qué si cuáles fueron los más o los menos significativos?
Pienso que el carnaval es un ente con vida propia.
Pienso que igual tiene un cuerpo que no vemos
lo que si es seguro es que tiene un alma y
no es nuestro, nosotros somos del carnaval.
Él va y viene cada año,
él era de nuestros abuelos y
de nuestros bisabuelos,
y serán de nuestros hijos y de nuestros nietos.
Él tiene vida propia y somos de alguna forma servidores
de ese sentimiento del sur, que se llama carnaval,
y que de alguna forma he querido transformar, en solo dos frases,
es el tiempo, es el tiempo,
de disfrazar el cuerpo y de desnudar el alma.
Decía: que lo que en el fondo quiero es rendir homenaje
a un pueblo de mi tierra,
que lo que en el fondo quiero es clavar las rodillas ante
los vendavales y las tormentas,
y rezar profundamente por los hijos del mar.
Que quiero enarbolar una bandera de
brisa suave en defensa del pan y de la paz.
Que quiero inclinar mi cabeza,
ante la abnegación y el sacrificio de las mujeres
de esta tierra.
Que quiero acunar el llanto de los niños
que lloran desventurados en la noche,
y olvidarme de fórmulas contrahechas.
Que quiero gritar muy fuerte para que lo sepáis:
¡Qué yo como vosotros soy hijo de esta tierra!
Que no me importa en absoluto
haber nacido mil metros al este o al oeste,
y por eso ruego me atrevo a rogaros,
que no me veáis más, que como un pobre aprendiz de poeta,
que llega a vosotros con las manos tendidas,
con el corazón abierto y quizás el pensamiento
puesto en un sueño de utopía.
Quiero que solo este instante aunque después me olvidéis,
me veáis como a alguien que aun cree que el hombre merece la pena
que al margen de los partidos y de los gobiernos,
que al margen de las rencillas ancestrales de los pueblos,
que al margen de los discursos de consumo sigue
creyendo que hay algo muy por encima de todo esto,
y este algo es mi tierra,
y este algo es mi gente, es mi gente la que sufre la que ama,
la que siente es mi gente.
Es mi gente, sois vosotros, es mi gente.
Por eso, a vosotros, hijos del mar,
os quiero contar una historia muy cortita
que me contaron hace siglos,
a vosotras hijas y madres de los hijos del mar,
también os quiero contar esta historia.
Me la contó un amigo mío en sueños,
se llamaba Gustavo,
era mi hermano mayor del verso y la palabra
Gustavo Adolfo Bécquer.
Él me la contó.
Hace un par de días antes de venir aquí,
cogí mi soledad me la eché a cuestas y me fui por Sevilla
que es donde vivo, al Parque de María Luisa a pasearla.
Cuando me di cuenta estaba sentado en la glorieta de Bécquer
con la parte de atrás del cuerpo, con el culo en la arena mojada.
Y le dije a la estatua de Gustavo:
Oye hermano dentro de dos o tres días tengo que estar en el sur,
tengo que estar en mi tierra.
Es la primera vez, que voy a hablar a más de tres personas juntas allí,
voy a estar exactamente en un pueblecito,
echo de sal y de tormentas,
en un lugar llamado Isla Cristina,
donde la lucha es noble,
donde la lucha es a pecho abierto,
donde la libertad del hombre la cantan las caracolas
y los peces en las noches oscuras con sus lomos de plata,
les alumbran el pan y la ternura.
Oye Gustavo, ¿dé qué les hablo?
Porque son mis gentes sabes, son mis gentes.
Yo os aseguro que casi me atrevería a decir
que la cara de piedra de Gustavo se fue tornando humana.
Que las rosas del parque subieron a sus mejillas,
mientras que tomaban vida en sus ojos
la luz de las estrellas y sus labios de plata sonreían suavemente,
casi puedo asegurarlo pero no del todo.
Lo que sí os puedo asegurar fue que oí su voz,
esto es cierto,
me dijo: ¡Manuel, hermano! ¿Por qué me preguntas esto?
¿Por qué?
Tú lo sabes mejor que yo, debes saberlo,
tú le conoces a tus gentes,
tu has vivido con ellos lo más importante de tu vida,
tu niñez y tu adolescencia.
¿De qué les vas a hablar Manuel? De ellos, háblale de ellos.
Dile: que nunca, que nunca en la historia del mundo
un pueblo se ha ganado más a pulso el derecho a sonreír por unos días.
Diles de mi parte que existe de las leyes no humana,
aquí en mi mundo detrás de la muerte
donde ellos han ganado la libertad indiscutible
de enmascarar el cuerpo y descubrir el alma
durante sus carnavales.
Diles que el domingo yo también estaré allí en tu tierra
contigo y con tu gente, que estaré en el fondo del aire, que estaré al lado de sus hijos muertos, pagados como tributo a su madre, el mar.
Diles, diles que todo los marineros que yacen a la derecha del padre, ya libre de la carne pero no de los sentimientos tendremos las manos unidas por vosotros y para vosotros.
Diles Manuel, que el marinero nació del vientre del mar, dile que por sus venas corre agua salada y azul, y que tormenta tiene su vieja frente arruga.
Diles, que cho de suave brisa es su sentimiento de amor.
Diles que luchan contra la tormenta por un pedazo de pan.
Diles que quilla negra de barca es la casa donde vivió.
Diles que cuenta la leyenda que al nacer
la luna y una estrella lo crio
que el agua fue la dueña de su ser
y que un ataúd de espuma le enterró.
Diles Manuel que con ojos de piedra y cara de vientos,
los viejos marinos lloran silencios.
Y para terminar, es muy breve lo que queda.
Quiero terminar diciendo:
Que un rostro no es un hombre, que es solo un filtro,
como un despliegue de cortezas sobre un fondo.
Y nosotros los hijos del sur, lo enseñamos como a una roca dolorida donde ha marcado el tiempo y el mar su raíz de huella, por eso lo mostramos como azul caricatura.
Por eso hemos ganado el derecho a disfrazarlo en unos días,
a cambio de mostrar el alma en toda su grandeza y amplitud.
Por eso, por todo lo que he dicho antes, quiero levantar mi voz
en un brutal intento de unirla a la vuestra,
y pido por la paz y por el pan,
y pido por el amor y la libertad.
Y por eso, por eso siempre escupo en la cara a la opresión
y quiero cantar con vosotros al nardo y a la rosa,
y eso es todo.
Quiero terminar diciendo, que no nos ha ungido la muerte todavía,
que por eso cada mañana nos levantamos,
miramos la línea donde el mar se junta con la tierra,
y tendemos las manos a todos los hermanos del mundo
desde detrás de nuestras máscaras diarias de carne.
Por eso quiero terminar diciendo:
Que no pido perdón por haber roto los esquemas
porque lo que decía al principio, esto que os he dao',
gentes de mi tierra,
hermanos,
es mi techo no tengo más.
¡Un abrazo a todos, y viva Isla Cristina y el Carnaval!
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